Celia, una joven dramaturga, descubre una esquela hermosa y enigmática. Apenas dos líneas sentidas. A unos Ojos, así, con mayúsculas: para siempre, Ojos de ola. Debajo, casi en un susurro, entre paréntesis, sostenido en el tiempo, un momento sin fin: (… sei un attimo senza fine…).
Con estos sugerentes ingredientes, Celia se lanza a escribir una obra de teatro que comienza con el encuentro casual de Joaquín y Silvia en un tren. Es septiembre de 1968. La escena se abre entonces a dos historias paralelas, ¿paralelas?, en principio independientes, pero que estarán condenadas a encontrarse, a fundirse, a entenderse. Pero Celia, además, conduce al espectador a un conflicto inesperado: el que enfrenta la ficción con la realidad, el obsesivo proceso creativo frente a la propia obra, el dilema y la inevitable decisión. Ojos de ola lleva a escena una historia que aúna emoción y creatividad, que plantea al espectador cómo funciona el teatro visto como un lugar al que la gente va a emocionarse. El teatro como prueba incuestionable de la capacidad humana para identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.